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miércoles, 8 de febrero de 2017

SOLA FIDE (SOLO FE)

LA FE
Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia. Génesis 15:6 (RVR1960)
El insolente no tiene el alma recta, pero el justo vivirá por su fe. Habacuc 2:4 (NVI)
He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá. Hb 2:4 (RVR1960)

La fe declara la total incapacidad humana y el absoluto poder de Dios. Es, la fe, el escenario de las capacidades humana y divina. Una humillante, la otra gloriosa. 
El apóstol Pablo encara la fe y las obras. 
Presenta la fe como “abandonarse a Dios”, un decirle “sí, acepto tus condiciones”, confrontado con “las obras humanas”.
Desde la perspectiva de la fe, Dios hace todo. Absolutamente todo. En ella, “las obras” son inútiles para lograr algo ante Dios. Ante el hombre y para él, son motivo de orgullo.
Querer “ganarse el favor de Dios”, con las obras, coloca al hombre como quien adquiere méritos para estar delante de él, lo cual contradice a La Escritura, que afirma su santidad, la cual imposibilita al hombre para estar delante de su presencia. 
Las obras, vistas así, carecen de todo valor, de cualquier valor, son nada tanto por su origen como por su naturaleza: humanas y pecaminosas.
Con respecto a su naturaleza, son como banderas en la boca del hombre, alarde colorido y exaltado del orgullo y poder humanos. 
En términos de la RVR60, son para “gloriarse”, darse o atribuirse gloria, hacer alarde, presumir… y en palabras del pueblo sería “darse coba”, “hincarse de orgullo”, “creerse la gran cosa”, “agrandarse”, “ser altivo”… 
A alguien así, Dios lo abate. A quien es lo contrario, humilde, Dios lo exalta, “lo hace sentar con los príncipes de su pueblo”. 
Dios es humilde, comprobado en Cristo, a lo largo de toda su vida. Los altivos rechazan a los humildes, los menosprecian. De allí su negación a adorar a Dios. 
Habacuc es claro al mostrar el contraste entre fe y orgullo. La fe da vida y el orgullo muerte. 
Añadamos una similitud entre la fe y las obras. En esencia parecen lo mismo, pues “las obras” dan fruto de nada, son vacías, sostenidas sólo por su estructura de orgullo y su final, la nada, muerte. 
La fe también es nada. A diferencia de la estructura que sostiene a “las obras”, sus bases, columnas y estructura son espirituales, y por ello “nada” del hombre, y “todo” de Dios. 
Podemos hablar de “las obras de la carne” (el orgullo, alarde y altivez humanos y de “las obras de la fe”. 
Ambas son “nada” en el campo humano. Su final es su fruto, y marca la diferencia. Las de la carne terminan en muerte y las de la fe en vida. 
«Las obras de la fe» son nada por su naturaleza divina. Son todo en Dios y nada para el hombre, desde el hombre y por el hombre. Dios hace todo. 
«Las obras de la fe» son del tamaño, las dimensiones, la envergadura, categorías divinas de lo imposible para el humano, y sólo Dios las puede completar. 
«Las obras de la fe» escapan de las dimensiones humanas, no se ajustan a ninguna categoría dimensional histórica, espacial o temporal. Pertenecen a la dimensión eterna, de proceden, de Dios. 
«Las obras de la fe» rebasan todo límite humano. Caen en la esfera de lo imposible. Porque la fe es inasible, ahistórica, atemporal, adimensional, no material. 
«Las obras de la fe» son eminentemente eternas, espirituales, divinas, no humanas, de naturaleza divina, del dominio del Eterno Dios. Pertenecen a su dominio, tanto como las históricas, materiales, temporales y…
«Las obras de la fe» no son “de la carne”, sino de Dios y de naturaleza del Espíritu Santo y sólo de él, quien la engendra, sustenta, alimenta, nutre, hace crecer y vigoriza. 
«Las obras de la fe» no son obras. No son nada. Sólo son confianza, abandono del humano en «los brazos» de Dios, en su palabra, a lo que dijo y uno le creyó. 
«Las obras de la fe» tienen una estructura eterna. Son hechas antes del tiempo, antes de la historia, le preceden, anteceden y son posteriores a ella desde la eternidad. Dios preparó buenas obras de antemano para que anduviésemos en ellas, dice el apóstol Pablo. 
«Las obras de la fe» pertenecen tanto al pasado como al futuro; rebasan y trascienden todo lo histórico, son de un marco atemporal y ahistórico. Son del dominio de Dios tanto en la historia, tangible, como lo imaginario e intencional, no tangible, en el campo del deseo puesto por Dios y realizado por él por medio del creyente.
«Las obras de la fe» son de Dios, iniciadas por él, desarrolladas por él, concluidas por él. 
Dios las concibe, planea, da a luz, lleva a cabo, las hace progresar y lleva a su fin y al fruto que le dan gloria sólo a él
«Las obras de la fe» no le dan jamás gloria al hombre. Son obras de Dios y le dan gloria sólo a él, jamás al hombre. Dios no comparte su gloria con el ser humano. 
«Las obras de la fe» le dan gloria a Dios, glorifican su nombre. Y el pueblo formado por él es un pueblo nacido de la fe, dado a luz en la fe, crece en la fe y en la fe se desenvuelve para darle, con su fe, la gloria debida a su nombre, y ninguna gloria al ser humano. 
«Las obras de la fe» son del Espíritu Santo, y no pertenecen a categoría filosófica humana. En todo caso exponen a la vista lo corrupto del ser humano y lo glorioso de Dios. 
«Las obras de la fe» externan, hacen evidente quién es Dios, y quién el ser humano. Éste jamás podrá igualar, ni en lo mínimo, la naturaleza espiritual de la fe. Sólo puede ser receptor de la fe como don de Dios, pero no puede engendrarla. 
«Las obras de la fe» nacieron en la eternidad y se manifiestan en la historia. Se vuelven, por intención y plan divino, y obra divina, inherentes a quien Dios eligió para ser de su pueblo. 
«Las obras de la fe» son dadas por Dios, de manera soberana, a quien él decidió dárselas. Nadie puede pedirlas, porque son de otra dimensión. Ni siquiera son antitéticas al ser humano. Lo antitético es la de la misma naturaleza que contradice. Y la fe no pertenece a categoría humana, por eso no es antitética. Es de otra dimensión, categoría y naturaleza. 
«Las obras de la fe» de la fe son don de Dios. Por eso nadie habrá de gloriarse, ni de sustentar orgullo alguno delante de Dios, porque le fue dada (la fe) por gracia, sin mérito alguno. 
NATURALEZA DE LA FE
Es ahistórica, no étnica, y no tiene limitantes domésticos, fronterizos, regionales, ideológicos o culturales. 
 Ver la fe desde el A.T., en su nacimiento con Abraham y su enfoque multiétnico, nos hace desembocar en el futuro con el Señor Jesús, los apóstoles y Pablo. 
Con y en el Señor Jesús vemos el cumplimiento de la promesa dada a Abraham. En los discípulos vemos su confirmación en desarrollo gradual, creciente y extensivo, y con Pablo el inicio de la culminación de la promesa hecha a Abraham, con el evangelio llegando a las etnias. 
La fe y su cumplimiento son parte del conflicto del nacimiento del cristianismo, atribuido a Pablo por algunos. Afirmar que Pablo es el creador del cristianismo hace a un lado un hilo de fe manifestada a lo largo de los siglos, pues la fe es un hilo conductor de personas, clanes y pueblos para ver en ellos realizado el plan de Dios. 
Pablo no es el creador del cristianismo, sino un eslabón en la cadena de la fe. Como tal, le da seguimiento a la soga que une a los creyentes hijos de Abraham. 
Sus epístolas no son tanto el fundamento de la fe, ni los cimientos del cristianismo, como sí la evidencia de la confirmación de Dios de llegar a cumplir la promesa de una fe multinacional, multiétnica en los descendientes de Abraham. 
Para cumplir la promesa hecha a Abraham, de ser padre de naciones, padre multiétnico, era necesario llevar la fe a los gentiles. Eso requería anunciarles el evangelio de Cristo, descendente de Abraham. Al mismo tiempo era necesario fundamentar una explicación doctrinal de quién es Cristo, el evangelio, la fe y el cumplimiento. 
Para eso se escribieron las epístolas, para que el mundo gentil comprendiera el evangelio, la fe, quién es Cristo, y cómo ser parte de los planes de Dios y la culminación cósmica de ellos. 
Por ello, «las obras de la fe» han de ser vistas como parte inherente en las mismas Escrituras, y sin duda alguna en los escritos paulinos.
«Las obras de la fe» tienen el mismo valor hoy día para la iglesia del Señor en todo rincón del planeta tierra. 

CONTINUARÁ

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